PROLOGO

Maridia era su ciudad, entre las laderas desérticas de las praderas solares. Un lugar demasiado seco como para ser habitado. Estaba entre los cerros escondiendo su gran vegetación. Era un oasis en medio del calor demoniaco que envolvía el lugar, además de ser una parada muy conocida de los viajeros. Muchos de ellos hallaban en Maridia la salvación a sus largas y tediosas travesías.

La pequeña ciudad la rodeaba en forma circular un riachuelo de hermosa agua celeste acompañado de muchos árboles dando así una sombra hermosa al camino que se extendía al lado de este sendero.

Era un pueblo orientado a la minería de la piedra "Madra" la que se extraía a varios metros de profundidad donde la arena ya no podía ocultarla. Servia como el mejor fertilizante conocido en la época, las piedras que se sacaban eran diseminadas y horneadas a grande temperatura. Las cenizas de aquella piedra eran tan productivas que podía brotar cualquier tipo de semilla en el mismo desierto. Por eso la ciudad estaba en medio de un extenso campo donde miles de frutos eran cosechados.

El miraba desde el camino del norte sobre uno de los tantos cerros de arena que protegían del fuerte viento al poblado. Su cabello castaño oscuro hasta el hombro desordenado se blandía suave al viento, era Delgado y atlético, se cubría los hombros con una extensa capa hasta su cadera la que cubría su armadura de cuero ajustada y sus armas, dos dagas de extraña forma. Sus ojos color miel brillaban al ver su hogar. Sentía tanta nostalgia.

Tomaba su bolso con seguridad y lo ponía en su hombro. Miraba su evidente herida en la mano que le recordaba un pasaje triste de su vida. Sentía el aroma a su infancia venir de aquellos árboles. A lo lejos podía apreciar su casa. Avanzó sonriendo y seguro conocía esas piedras que dibujaban el camino a la entrada de la ciudad.

Mientras seguía muchos le saludaban otros le sonreían. Ya podía ver de frente su hogar con aquellas típicas flores que su madre plantaba. Eran las que su padre constantemente regalaba a su madre. Contemplo la entrada de la casa y recordó a su querido padre, un hombre tierno de constante sonrisa, su ilimitada honestidad, miro frente a su casa y aun estaba allí a pocos pasos los cimientos de una casa quemada. Ahora la habitaba un indigente. Era como el testimonio de aquel día terrible. Se preguntaba en su corazón por que aun estaban esos escombros.

Miro hacia su casa nuevamente toco la puerta sonrío y una pequeña como de 8 años, pequeña y delgada de vestido largo y de humilde apariencia de pelo castaño de largas trenzas, abrió la puerta y al verle sus ojos marrones se llenaron de alegría, sonrío a mas no poder y se lanzó a sus brazos.

Minsha: ¡¿hermanito?!! ¡Mamá Ryunoske volvió!! -decía muy feliz a viva voz-

Rhania: ¿hijo? -sorprendida desde dentro de la casa decía la madre- ¡hijo!!

Cuando le vio sentía un ardor de felicidad en su pecho y corrió hacia el. Las lagrimas abundaban en sus mejillas y abrazo a su hijo lleno de felicidad-

Rhania: ¡Ryunoske volviste! ¡Gracias por volver!! -decía entre sollozos mientras le abrasaba-

Mincha saltaba alrededor de Ryunoske y su madre mientras sonreía muy feliz suspiraba en los brazos de su madre.

Había llegado a Casa.